“Consumir pornografía no lleva a tener más sexo, sino a más pornografía.
Es parecido a comer McDonalds todos los días, lo que te acostumbrará a
comer comida, aunque disfrutable, pero que no es comida real. La
pornografía condiciona al consumidor a estar satisfecho con una
impresión de sexo extremo más que el sexo extremo real”.
Sophie Ebrard dejó atrás los trabajos publicitarios para marcas como
Rolex, Vodafone o Adidas, para alimentar intereses personales. Fue así
como llegó a una fiesta swinger buscando
parejas que aceptaran posar desnudas para su cámara, y donde conoció al
director pornográfico Gazzman.
Con una amplia trayectoria en el cine
para adultos, Gazzman se dedica desde el 2003 a dirigir, producir y
editar material pornográfico. Al conocer los intereses de Sophie,
Gazzman le realizó una oferta a la cual no se podía negar: acompañarlo
en su gira de grabación para documentar el detrás de cámaras de la gran
industria.
Semanas después de ese primer encuentro, Sophie ya
era partícipe de un rodaje porno en un estacionamiento de Los Angeles,
convirtiéndose en fotógrafa no oficial, psiquiatra y responsable del
lubricante. La intención de la fotógrafa era clara: evitar retratar la
industria con la inclusión deliberada de cables y cámaras, y centrarse
en los humanos cuya profesión los llevaba a mantener sexo frente a una
cámara.
Por cuatro años, Sophie acompañó a Gazzman alrededor del mundo, siendo una voyeurista
más de las escenas de sexo, pero también un miembro de la producción,
confidente e incluso amiga de los actores. Aunque sus estereotipos
alrededor de los actores la llevaban a pensar que se trataba de personas
pervertidas y locas, se percató que en realidad eran personas bastante
‘normales’, que entendían que la pornografía era sólo una profesión.
Así surgió el proyecto It’s just love
que consta de 32 fotografías, testimonios de los actores y una canción
curada por Massive Music para cada imagen. Curiosamente, la exposición
del proyecto fue montada en la casa de la fotógrafa en la ciudad de
Amsterdam.
En sus palabras, tras sentirse una completa voyeurista
por inmiscuirse en la vida de estas personas y ser testigo de su
trabajo diario, decidió que su casa era el mejor lugar para exponer la
obra pues resultaría así en una forma de compensar su acción.
Ahora le
tocaba ser ella la expuesta. Además, Sophie argumentó que la pornografía
era un tema primordialmente casero, por lo que mantener el proyecto al
interior de su casa, resultaría en una acción acorde al tema.
Lejos de las imágenes cargadas con sexualidad o
erotismo que sí traen consigo una gratificación sexual, las fotografías
de Sophie se concentran en mostrar la cotidianidad que ocurre en el
detrás de cámaras; los descansos, la dirección de Grizzman, la amistad
entre los actores, el montaje de la escena como tal.
El trabajo de la
fotógrafa con sede en Amsterdam nos recuerda que aquello que vemos en
realidad es un simulacro del sexo, la construcción de un guión que no
sólo incluye los absurdos diálogos, sino también las posiciones, el tipo
de sexo y las reacciones fisiológicas. Nada pasa inadvertido a la guía
del director de la película, quien debe cuidar cada detalle no sólo para
recrear el acto sexual, sino para establecer un camino que vaya acorde a
la excitación y el placer que la audiencia espera recibir en cada
minuto de la grabación.
El objetivo de Sophie, en sus propias palabras, no
reside en abrir el debate sobre si la pornografía es buena o se trata de
un tipo de esclavitud moderna, sino tan sólo retratar una realidad que
se esconde tras la ficción y a las personas que más que centímetros de
pene o tallas de la copa, son seres humanos. Los íntimos retratos de la
fotógrafa les permiten mostrarse bellos en el desnudo y humanos a pesar
de su profesión que experimenta críticas, estereotipos y tabúes.
Dado que uno de sus objetivos residía en mostrar al
ser humano detrás de la estrella porno, Sophie también se interesó en
platicar con los actores para conocer qué había detrás de los implantes,
los bronceados falsos y los orgasmos fingidos. Durante los cuatro años
invertidos en este trabajo, la fotógrafa se encontró con un amplio
mosaico de personalidades, en muchas ocasiones completamente opuestas a
aquellas que se muestran en las películas.
Con la oportunidad de conocer
y retratar quiénes son en realidad los actores porno, Sophie también
descubrió que muchos de ellos se internan en la industria no por un
genuino interés por saciar sus placeres más oscuros o dar rienda suelta a
su libertinaje, sino en realidad como un trabajo más. (...)" (Alejandro Campos, Cultura Colectiva, septiembre 21, 2015)
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