










(1) Foto de John Bryson, en un rodaje, 1960; (2) Marilyn Monroe necesita ayuda; (3) Marilyn Monroe, en el hotel Ambassador, en Nueva York, en 1955; (4) En viaje de promoción, 1959. Foto de Manfred Kreimer; (5) Descendiendo de un avión en el aeropuerto de Nueva York, 1959. Foto de Manfred Kreiner; (6) Subiendo al avión, foto anónima.; (7) Acto de promoción. Foto de Manfred Kreiner, 1959; (8) Durante una conferencia de prensa en Chicago 1959. (9) Tomando un cóktel, foto de Manfred Kreimer, 1959;   (10) Foto de Manfred Kreiner. Sandburg con Marilyn Monroe (1962) (11) Marilyn Monroe en su retrato favorito, realizado por Cecil Beaton;
"Marilyn Monroe era una mujer triste, algo que nadie se explicaba y de lo  que ella misma se sentía secretamente avergonzada. Porque también era  alegre, o podía serlo, radiante, pero la fatiga, la depresión y el  pesimismo fruto de un carácter extremadamente sensible e inteligente la  acorralaron hasta perder toda esperanza en sí misma y suicidarse la  madrugada del 4 al 5 de agosto de 1962 en su casa (la única que tuvo en  propiedad) de Brentwood, en Los Ángeles, un hogar sencillo, de aire  colonial español, con apenas muebles y con una inscripción en latín en  la entrada: Cursum perficio (aquí acaba el viaje).
A sus 36 años, Marilyn estaba cansada, demasiado cansada. La publicación  de buena parte de sus escritos personales (la mayoría inéditos) en el  libro que ahora ve la luz, Fragmentos (Seix Barral), lo confirma  de manera rotunda. Su poesía, sus lecturas, sus notas, sus cartas...  todo apunta al mayor de los cansancios, el que provoca esa soledad que  se escapa a las evidencias (¿cómo podía sentirse sola la mujer más  adorada del mundo?) y que ella sufrió como un azote implacable.
"¡¡¡Sola!!! / Estoy sola-siempre estoy / sola / sea como sea", escribe  en la primera página de un cuaderno que, como todos, muestran a una  mujer nerviosa y generosa, terriblemente insegura y asustada, que  necesitaba a los demás para buscarse a sí misma, pero que jamás encontró  consuelo, sintiéndose siempre atrapada entre la traición o el abandono
Nadie duda de que sus tres maridos, cada uno a su manera, la quisieran,  ni que sus amantes (de los hermanos Kennedy a Elia Kazan, Frank Sinatra,  Yves Montand o Marlon Brando, quien fue más amigo y mejor persona con  ella que cualquiera de los antes citados), la desearan pero nadie podría  rebatir que ninguno de ellos -ni siquiera Arthur Miller, probablemente  el que más se acercó a conocer su melancólica naturaleza- supo ser  generoso y darle la paz que necesitaba. (...)
"Socorro, socorro, / socorro. / Siento que la vida se me acerca / cuando  lo único que quiero / es morir", escribe en un poema cuya fecha baila  entre 1956 y 1961, y cuyo primer borrador, según Donald Spoto, quizá el  más conocido de sus biógrafos, ella anotó en un cuaderno de Arthur  Miller. (...)
Pocos de sus colegas salieron en su defensa en aquellos momentos,  solo Brando (quizá porque siempre se sintió tan herido por aquel mundo  como ella), Dean Martin (su compañero de reparto en Something's got to give,  que hizo lo imposible para que no la despidieran) o su adorado Clark  Gable, en quien veía al padre soñado que jamás tuvo (Marilyn buscó  incansablemente a ese hombre del que solo poseía la borrosa foto de un  tipo de aire viril con bigotillo).
Las pastillas solo eran una  forma de aplacar su enorme ansiedad y de mitigar su insomnio. Sufría  cambios bruscos de humor, el alcohol era su antídoto para la tristeza,  su manera de animarse, porque ella -como insiste en cada rincón de sus  escritos- necesitaba la alegría que había perdido. "Yo solía reír tan  fuerte y con tanta alegría", le confesó a Richard Merymand, entonces  subdirector de Life, en la que fue su última entrevista, en julio  de 1962.
Con una lucidez estremecedora, Norma Mailler explicó así la  tragedia: "Para sobrevivir, habría tenido que ser más cínica o por lo  menos estar más cerca de la realidad. En lugar de eso, era una poeta  callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía  jirones en la ropa". (...)
"Ay maldita sea me gustaría estar / muerta -absolutamente no  existente- / ausente de aquí -de / todas partes pero cómo lo haría /  Siempre hay puentes- el puente de Brooklyn / Pero me encanta ese puente  (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar  parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por  la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo  y sin vistas -salvo que / me gustan en especial todos los puentes-  tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo-.
"Si las  personas escasamente sensibles e inteligentes tienden a hacer daño a los  demás, las personas demasiado sensibles y demasiado inteligentes  tienden a hacerse daño a sí mismas", escribe Antonio Tabucchi en el  prólogo del libro. (...)
"No solo los poemas, sino también las notas breves y las páginas de sus  diarios incluidas en este libro (siempre en una prosa marcadamente  elíptica, hipersignificante y, por eso mismo, rayana en el lenguaje  sibilino propio de la poesía) constituyen de una manera flagrante una  búsqueda y una quête. La búsqueda racional de una intelectual que  trata de comprender la realidad que la circunda (qué es este mundo, qué  significa) y la quête de una persona que se busca a sí misma en  este mundo (quién soy yo, qué sentido tengo...).
La imagen que Marilyn  ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran  belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica,  como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a  todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado". (...)
"Otras personas poseían mayor belleza física, pero ella poseía una  cualidad luminosa: una combinación de tristeza, resplandor y ansia". (...)
"Sé que nunca seré feliz, pero sé que ¡puedo ser muy alegre!  Acuérdese, ya le conté que Kazan me dijo que era la chica más alegre que  había conocido nunca y creo que ha conocido a unas cuantas. Pero me  quiso durante un año, y una vez me acunó cuando tenía una angustia muy  grande.
También me sugirió que me psicoanalizara y luego quiso que  trabajara con su maestro, Lee Strasberg. ¿Es Milton quien escribió 'los  hombres felices nunca nacieron'? Conozco".
En un texto confuso,  junto a una lista de palabras ("problemas / nerviosismo / humanidad /  disparates / errores / y mis propios pensamientos"), la actriz apunta:  "(unas copas de más- de vez en cuando) / lo que tal vez quiere decir que  no tuve tiempo de / comer durante el día y como socialmente el alcohol  se acepta y seguramente previamente he / tenido que apresurarme- puedo  sentir la necesidad de relajarme con unas copas de Jerez que / pueden  hacer efecto demasiado deprisa / que quizá no habría disfrutado estando  demasiado cansada y me ponen de pronto alegre y / simpática con las  cosas y la gente a mi alrededor / esto claro se considera beber  demasiado / y cuanto más lo pienso más me doy cuenta de que no hay  respuestas la vida hay que vivirla". (...)
"Nunca más una niñita sola y asustada, Recuerda que puedes estar instalada en lo más alto (no parece que así sea)". (...)
La obsesión por conocerse y construirse la llevó a fascinarse por  hombres mayores (el jugador de béisbol Joe DiMaggio) e inteligentes (el  dramaturgo Arthur Miller), en los que descargaba su miedo a no  encontrarse nunca, a vagar perdida en la piel de una mujer que todos  -menos ella- idolatraban. (...)
Marilyn era una mujer que buscaba la autoestima y que se refugiaba en la  lectura de autores que podían ayudarla a encontrar las respuestas que  tanto necesitaba: Walt Whitman, James Joyce, Samuel Beckett, Gustav  Flaubert, Jack Kerouac, Fiodor Dostoievski, John Steinbeck... Leía  novela, ensayo y, sobre todo, poesía.
En su biblioteca se encontraron  más de 400 volúmenes. Entre ellos, los seis de la biografía de Abraham  Lincoln de Carl Sandburg y El Ulises, dos de sus libros favoritos. (...)
"Nunca me veían en los estrenos, ni en las conferencias de prensa, ni en  las fiestas. Era muy sencillo: ¡estaba en la escuela! No había podido  completar mi formación, de modo que asistía a clases nocturnas en la  Universidad de Los Ángeles.
De día me ganaba la vida haciendo papelitos  en el cine. De noche asistía a clases de historia y literatura e  historia de Estados Unidos. Leía mucho a los grandes". (...)
¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo? Es lo que Arthur Miller escribió en Vidas rebeldes  para su mujer, la película de John Huston de 1961, la última que  acabaría la actriz y la última también de su admirado Gable.
El diálogo  en el que el viejo galán, más guapo que nunca, le dice a la chica rubia  que es la mujer más triste que ha conocido nunca probablemente forma  parte de los momentos más estremecedores de la historia del cine.
"Pues  todo el mundo piensa que soy muy alegre", replica ella. Ante lo que el  honorable Gable responde: "Eso es porque cualquier hombre se siente  feliz al mirarte"     (Elsa Fernáncez Santos, El País Semanal, 03/10/2010, p. 36-46)
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