Mª josé Cantudo en 'La trastienda' - 23 de Febrero de 1976
Ana Belén primer desnudo parcial en 'El amor del Capitán Brando' - 1974
"No fue hasta final de 1974 cuando las
pantallas nacionales acogieron un primer destape español, además en una
película seria y con una actriz que había sido candorosa niña prodigio:
Ana Belén. El amor del capitán Brando reunió en las salas a más
de dos millones de espectadores, atraídos por ese fugaz plano en el que
Ana Belén mostraba sus pechos ante un espejo.
Un año después, Concha
Velasco se unía al destape en Yo soy fulana de tal, y la fallecida Inma de Santis hacía lo propio en Juego de amor prohibido.
La lista se incrementó a planos agigantados: Charo López, María Luisa
San José, Ángela Molina, Ágata Lys, Amparo Muñoz, Victoria Vera (la
primera que se desnudó en el teatro en 1974) y dos asturianas: Susana y
Blanca Estrada.
El realizador de La trastienda, Jorge Grau, relata en su libro de memorias Confidencias de un director de cine descatalogado
cómo se pudo sortear a la censura con el desnudo: "La manera obsesiva
en que habían puesto la lupa en cuestiones religiosas hizo que se les
pasara por alto una escena del guión que describía de manera explícita a
una muchacha que llegaba a su casa y que, en un deseo de sentir la
libertad absoluta, se iba 'quitando la ropa hasta quedar completamente
desnuda'. Más tarde, dicha escena sería determinante en el devenir
comercial".
Todo fue bien hasta el final "sin más cautelas que las
normales en el roce diario entre personas y cosas, incluyendo la
después tan famosa escena del desnudo integral que acabó siendo algo así
como el símbolo del destape.
Llegado el momento de rodar
-recuérdese que a guión había superado la censura por una distracción o
por lo que fuera- y la resistencia como obligada de La Cantudo que
incluso llegó a llorar de vergüenza, pasó lo de siempre: todos fuera,
salvo el cámara, el operador que encendía la luz y yo. Una sola toma,
sin más.
Una vez dicho el protocolario 'corten', sin que lo provocara
nadie en concreto, entraron en el lugar de rodaje técnicos y asistentes,
la script para controlar el metraje, y los eléctricos para
desconectar cables. Cada cual a lo suyo, y María José aceptó con
naturalidad la situación hasta que la encargada de vestuario llegó con
la consabida bata.
No hubo ninguna sorpresa, ninguna expresión alusiva,
solo un cuerpo hermoso entre gente que cumple con su trabajo. Ni
siquiera se puede hablar de respeto sino, en todo caso, de naturalidad".
Que
la escena provocara después reacciones curiosas "ya es otra cuestión.
El que llegara a escandalizar o provocar sentimientos morbosos se debía,
creo, a la situación histórica que vivía España. Se produjo una
repercusión totalmente ajena a lo que sucedía en la película, aunque
después sirvió en gran manera como reclamo.
La escena no trataba de
mostrar nada erótico ni exhibicionista sino la expresión de íntimo deseo
de libertad, aunque se interpretara al revés. Los españoles éramos -y
tal vez sigamos siendo, aunque en otra medida- así de superficiales".
Grau
concluye: "Treinta y siete fotogramas, segundo y medio, a los
escasamente diez minutos de proyección de una película de casi dos
horas. Algo más tendría para que el público llenara la sala sin
abandonarla y asistiera a verla durante cerca de diez meses." (La Opinión, 22/02/16)
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