San Fermín 2012 (Hufftingtonpost.es, 06/07/2012 y El País, fotogalería 10/07/2012, fotogalería 10/07/2012 , fotogalería 05/07/18 , fotogalería 10/07/18)
"El escándalo de San Fermín agita el moralismo (...). El prohibicionismo y el buenismo reaparecen contra el exceso hedonista de Pamplona.
El moralismo predominante que aspira a hacernos
mejores reprocha a la fiesta pamplonesa de San Fermín sus excesos y su
brutalidad, hasta el extremo de pretender constreñirse su idiosincrasia a
un ejercicio de pedagogía social y de almíbar homeopático. También la
fiesta, despojándola así de su razón de ser, el hedonismo. Y
pretendiendo castrarla en su naturaleza hiperbólica.
Antes de extremarse
la tutela al ciudadano, bien podría convenirse que San Fermín
representa un estado de excepción. La evidencia festiva, evasiva y
etílica no implica que deba suspenderse el código penal ni que deba
condescenderse con el machismo, pero obliga a la suspensión del código
moral.
E impresiona cómo intenta aplicarlo la progresía
desde una autoridad ética y un poder anestésico que se arroga ella misma
por derecho natural. De ahí que haya prosperado la tentación de
prohibir las corridas de toros como expresión de la atrocidad. Lo sugirió el propio alcalde, con su bastón de Bildu,
no ya cuestionando el punto de atracción universal que representa la
ciudad que gobierna, sino pretendiendo evacuar de la fiesta la
transubstanciación del vino y de la sangre.
Es la misma hipocresía en que incurren las cadenas de
televisión. Todas ellas se recrean en la narración de los encierros
porque la marabunta democratiza el heroísmo, lo convierte en
asambleario, pero abjuran de cuanto sucede con las reses después. Como
si se hubieran evaporado. Y como si el camino que recorren los miuras no
consistiera precisamente en trasladarse de los corrales a la plaza para
ser lidiados y sacrificados a estoque. Las teles nos enseñan el
calentamiento, pero nos ocultan el partido.
Llegará el momento en que el vino se convertirá en
agua. Sobrevendrán la misa sin eucaristía y la morcilla vegana.
Terminará imponiéndose la simulación de la fiesta, restringiéndose por
nuestro bien todos aquellos comportamientos que escapan al placebo del
mundo feliz y ordenado.
Y se avecina en cuestión de unas horas la tormenta
perfecta en la que aparecen alineados los movimientos animalistas, los
antitaurinos, los moralistas, los puritanos y hasta la izquierda
protectora e intervencionista a la que gusta mucho legislar —Podemos ha
propuesto impedir la entrada a los toros a los menores de 18 años—,
renegando de esa España tribal que aparece en la CNN y que se anestesia
con la fiesta transformando una ciudad conservadora y hasta mojigata
como Pamplona en Iruña y Gomorra o Sodoma.
La pretensión consiste en acabar con San Fermín en
cuanto fiesta visceral, descomunal, irracional, etílica, orgiástica,
pagana, desquiciada, anacrónica, inmoral, eucarística y pecuniaria —y
también familiar, diurna, pacífica—, pero se diría que todas esas
razones no son motivos para prohibir la fiesta, sino para conservarla y
protegerla.
Y es verdad que aquí, en Pamplona, el capote de San
Fermín concede indulgencia. No para el quinto ni el séptimo mandamiento,
pero sí, desde luego, para los pecados capitales. Que son siete, como
el 7 de julio, y que vendremos a observar, a rajatabla, antes de que el
clero laico e integrista convierta los colores rojo y blanco de San
Fermín en la alegoría de la prohibición." (Rubén Amón, El País, 05/07/18)
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